Prefacio de Martín Lutero al Catecismo Menor
Martín Lutero, a todos los pastores y predicadores fieles y piadosos. ¡Que la gracia, la misericordia y la paz les sean dadas en Jesucristo, nuestro Señor!
Me ha obligado e impulsado a presentar este catecismo o doctrina cristiana en esta forma breve, sencilla y simple, el hecho de que haya experimentado la lamentable y miserable necesidad recientemente en mi cargo de visitador. ¡Dios mío! ¡Cuántas miserias no he visto! El hombre común no sabe absolutamente nada de la doctrina cristiana, especialmente en las aldeas, y desgraciadamente muchos pastores carecen de habilidad y son incapaces de enseñar. No obstante, todos quieren llamarse cristianos, están bautizados y gozan de los santos sacramentos, pero no saben el Padrenuestro, ni el Credo o los Diez Mandamientos, viven como las bestias y los puercos irracionales. Ahora que el evangelio ha llegado, lo único que han aprendido bien es abusar magistralmente de todas las libertades. ¡O, vosotros obispos, cómo asumiréis la responsabilidad ante Cristo de haber abandonado tan vergonzosamente al pueblo y de no haber cumplido siquiera un momento las funciones de vuestro cargo!
¡Que la desgracia no os alcance! Prohibís una de las especies e imponéis vuestras leyes humanas, pero no preguntáis si se sabe el Padrenuestro, el Credo, los Diez Mandamientos o alguna palabra de Dios. ¡Ay de vosotros eternamente! Por ello os suplico, por el amor de Dios, mis queridos señores y hermanos, párrocos o predicadores, que toméis de corazón vuestras funciones, que os apiadéis de vuestro pueblo que os ha sido encomendado y que nos ayudéis a llevar el catecismo a la gente, especialmente a los jóvenes. Quienes no puedan hacerlo mejor, recurran a estas tablas y fórmulas y las enseñen al pueblo palabra por palabra, de la manera siguiente:
En primer término, que el predicador cuide y evite ante todo [usar] redacciones de textos diversos o distintos de los Diez Mandamientos, el Padrenuestro, el Credo, los Sacramentos, etcétera, sino que adopte una forma única, a la cual se atenga y la practique siempre, tanto un año como el siguiente. Pues a la gente joven y sencilla se la debe enseñar con textos y fórmulas siempre iguales y determinado, porque de lo contrario pueden confundirse fácilmente. En efecto, si hoy se enseña de esta manera y el próximo año de otra, como si se quisiera mejorar los textos, se pierde con ello todo esfuerzo y trabajo.
Esto fue visto también por los queridos Padres que emplearon todos de una misma manera el Padrenuestro, el Credo y los Diez Mandamientos. Por eso, también debemos enseñar a la gente joven y sencilla tales partes, de manera que no desplacemos una sola sílaba o enseñemos o presentemos de modo distinto de un año a otro. Por ello elige la forma que quieras y consérvala siempre. Pero, cuando prediques ante los doctos e instruidos, entonces puedes mostrar tu ciencia y presentar entonces tales partes en forma polifacética y tratarlos tan magistralmente como puedas. Pero, con la gente joven atente a una fórmula y manera determinadas y siempre iguales y enséñales primeramente estos puntos, a saber, los Diez Mandamientos, el Credo, el Padrenuestro, etcétera, palabra por palabra según el texto, hasta que lo puedan repetir y aprender de memoria.
En cuanto a los que no quieren aprender estas partes, hay que decirles que reniegan de Cristo y que no son cristianos; no deben ser aceptados para recibir el sacramento o ser padrinos en el bautismo de un niño, ni usar ninguno de los derechos de la libertad cristiana, sino que deben ser entregados simplemente al papa y sus oficiales y también al diablo mismo. Además, los padres y los amos deben negarles la comida y la bebida e indicarles que el príncipe expulsará a semejante gente mala, etcétera.
Pues, aunque no se puede ni se debe obligar a nadie a creer, no obstante, se tiene que mantener y dirigir a la gente común para que sepa qué es justo e injusto entre aquellos con los que habitan, se alimentan y viven. Quien quisiera habitar en una ciudad debe conocer y observar sus leyes, de las cuales quiere gozar, independientemente de que crea o que sea en su corazón un malvado o un perverso.
En segundo lugar cuando ya conocen el texto, hay que enseñarles también el sentido, de modo que sepan lo que significa; y recurre entonces a la explicación colocada en las tablas o cualquier otra explicación breve que tú escojas; permanece en ello y no cambies ni siquiera una sílaba, tal como te acaba de decir el texto. Tómate el tiempo necesario para ello, pues no es preciso que expliques todos los puntos a la vez, sino que uno después del otro. Cuando hayan entendido bien el primer mandamiento, toma después el segundo y así de seguido; de lo contrario, serán abrumados, de modo que no podrán retener bien ninguno.
En tercer lugar, cuando les hubieras enseñado este breve catecismo, entonces recurre al Catecismo Mayor, exponiéndolo de una manera más rica y extensa. De la misma manera expón cada mandamiento, cada petición, cada parte con sus diversas otras utilidades, ventajas, peligros y daños, tal como lo encontrarás en tantos pequeños tratados sobre el tema. En especial debes tratar más intensamente el mandamiento y las partes de las cuales tiene más necesidad tu pueblo. Por ejemplo, el séptimo mandamiento sobre el hurto debes tratarlo con insistencia entre los artesanos, los comerciantes y también entre los campesinos y sirvientes en general, porque entre tales gentes hay toda clase de infidelidades y hurtos en gran cantidad. Del mismo modo, el cuarto mandamiento (lo debes tratar) entre los niños y el hombre común, de tal forma que sean tranquilos, fieles, obedientes, pacientes, citando siempre muchos ejemplos de la Escritura (donde se vea) que Dios castiga o bendice a tales personas.
Ante todo insiste también en lo mismo con las autoridades y padres, de manera que gobiernen bien, envíen a los niños a la escuela, indicando que están obligados a hacerlo, cometiendo de lo contrario un pecado maldito, puesto que derriban y asolan con ello (es decir, al no hacerlo) tanto el reino de Dios como el del mundo, como los peores enemigos tanto de Dios como de los hombres. Expón bien qué espantosos daños ocasionan cuando no cooperan a educar a los hijos para llegar a ser pastores, predicadores, escribientes, etc., de modo que Dios los castigará por ello horriblemente. Porque aquí es necesario predicar, ya que los padres y las autoridades pecan ahora en este punto de un modo indecible; el diablo persigue aquí un fin cruel.
Finalmente, ya que la tiranía del papa está abolida (la gente) no quiere ir más al sacramento y lo desprecian. Aquí es necesario insistir, pero de tal manera que (se entienda que) nosotros no debemos obligar a nadie a la fe o al sacramento, ni determinar tampoco leyes, tiempos o lugares. Pero debemos predicar, de un modo tal que ellos mismos se vean impulsados sin nuestra ley y que sean ellos mismos precisamente los que nos obliguen a nosotros, pastores, a administrar el sacramento. Lo cual se logra al decirles: quien no busca o anhela el sacramento unas cuatro veces como mínimo al año, debe temerse que desprecie el sacramento y no sea cristiano, de la misma forma que no es cristiano el que no cree o escucha el evangelio, pues Cristo no dijo «dejad esto» o «despreciad esto», sino «haced esto todas las veces que bebiereis», (1 Co. 11:25), etcétera.Él quiere verdaderamente que se haga y que no se abandone y se desprecie del todo. «HACED esto», dice él.
Quien no estima altamente el sacramento, esto es un signo de que [para él] no existe pecado, carne, demonio, mundo, muerte, peligro, infierno, esto es, no cree en ninguna de estas cosas, aunque esté hundido en ellas hasta las orejas y sea doblemente del diablo. Inversamente no tiene necesidad de la gracia, de la vida, del paraíso, del reino del cielo, de Cristo, de Dios, ni de bien alguno. En efecto, si creyese que tendría tanto mal en él y que necesitase tantos bienes, entonces no dejaría así el sacramento, en el que se remedia tanto mal y se dan tantos bienes. No habría necesidad tampoco de obligarlo a acudir al sacramento con ninguna ley, sino que él mismo se apresuraría y correría obligándose a sí mismo y compeliéndote a que debas administrarle el sacramento.
Por eso no debes establecer aquí las leyes como el papa; explica solamente la utilidad y el perjuicio, la necesidad y las ventajas, los peligros y lo saludable que hay en este sacramento, y así vendrán por sí mismos sin que los obliguen. Pero, si no vienen, abandónalos a su suerte y diles que pertenecen al diablo, puesto que no sienten ni estiman su gran necesidad y la asistencia bondadosa de Dios. Si no actúas así o estableces una ley y un veneno, es tu culpa que desprecien el sacramento. ¿Cómo no han de ser negligentes, cuando tú duermes o callas? ¡Reparad bien en esto, pastores y predicadores!
Nuestra función ha llegado a ser una cosa distinta de lo que fue bajo el papado; es ahora algo serio y saludable. Por eso implica muchas fatigas y trabajo, peligros y tentaciones y, además, poca retribución y agradecimiento en el mundo. Sin embargo, Cristo mismo quiere ser nuestra retribución, siempre que trabajemos fielmente. ¡Que el Padre de todas las gracias nos socorra! ¡Que sea alabado y glorificado por los siglos de los siglos, por Cristo, nuestro Señor! Amén.